InicioBlogEl uso de restricciones en los entornos de cuidados. Una reflexión necesaria para garantizar los derechos y la dignidad de las personas.

El uso de restricciones en los entornos de cuidados. Una reflexión necesaria para garantizar los derechos y la dignidad de las personas.

En los entornos de cuidados, acompañar a una persona significa proteger su bienestar, su seguridad y su salud. Pero cuidar va más allá de evitar riesgos: implica garantizar los derechos y la dignidad, incluso —y especialmente— en los momentos de mayor vulnerabilidad.

En determinadas situaciones complejas, puede plantearse el uso de restricciones físicas o químicas. Son decisiones difíciles, a menudo vinculadas a la urgencia, al miedo a que ocurra algo grave o a la sensación de no disponer de alternativas inmediatas. Precisamente por eso, hablar del uso de restricciones exige rigor, sensibilidad y responsabilidad social.

Porque no toda medida pensada para proteger garantiza, por sí sola, un cuidado digno.

¿Qué entendemos por restricciones?

Las restricciones son medidas que limitan de forma intencionada la libertad de movimiento, de decisión o de conducta de una persona. Pueden darse en residencias, hospitales, centros sociosanitarios o en el domicilio, y adoptar diferentes formas:

  • Restricciones físicas o mecánicas, cuando se limita el movimiento del cuerpo.
  • Restricciones químicas, mediante el uso de fármacos con efecto sedante cuando no están indicados clínicamente para tratar una patología concreta.
  • Restricciones ambientales o psicológicas, cuando el entorno o la forma de intervenir condicionan de manera significativa la libertad.

Todas ellas tienen algo en común: afectan directamente a la autonomía, a los derechos fundamentales y a la dignidad de la persona.

Una medida extrema, nunca una solución habitual

Existe un consenso ético y profesional claro: las restricciones solo pueden contemplarse como último recurso, en situaciones excepcionales en las que exista un riesgo grave e inmediato para la salud o la integridad de la persona o de terceros. 

Incluso en estos casos, garantizar la dignidad exige:

  • Valoración previa por profesionales sanitarios.
  • Consentimiento informado de la persona y, cuando corresponda, de su representante.
  • Aplicación bajo un protocolo definido.
  • Seguimiento y revisión continua con el objetivo de retirarlas lo antes posible.

La urgencia no puede sustituir a la reflexión, ni la buena intención justificar cualquier práctica.

El impacto que no siempre se ve

Más allá del efecto inmediato que se busca evitar, las restricciones pueden generar consecuencias profundas que no siempre son visibles:

  • Malestar emocional y ansiedad.
  • Mayor desorientación o agitación. 
  • Pérdida de confianza en el entorno y en las personas cuidadoras.
  • Sensación de indefensión o despersonalización.

Estas consecuencias también forman parte del bienestar y de la dignidad de la persona. Por eso, reducir el uso de restricciones no es solo una cuestión técnica o normativa, sino una cuestión ética, social y de buen trato. 

Siempre existen alternativas

Garantizar la dignidad implica explorar de manera activa alternativas no restrictivas, adaptadas a cada persona y a su momento vital: 

  • Adaptar los entornos para hacerlos más seguros. 
  • Personalizar los apoyos y la organización del cuidado. 
  • Conocer y respetar la historia de vida, los hábitos y las preferencias.
  • Aumentar el acompañamiento y la presencia cuando es necesario.

Estas alternativas requieren tiempo, formación y recursos, pero son las que permiten cuidar sin limitar innecesariamente la libertad.

Garantizar la dignidad poniendo a la persona en el centro

Garantizar la dignidad en los cuidados significa, ante todo, reconocer a la persona como protagonista de su propia vida, incluso cuando necesita apoyos intensos. Implica escuchar su voz, respetar sus decisiones, comprender su historia y acompañar desde lo que es importante y significativo para ella. 

Reflexionar sobre el uso de restricciones no es solo preguntarnos cuándo se utilizan o cómo se regulan, sino qué lugar ocupa la persona en la toma de decisiones. Mantener la dignidad supone no sustituir la voluntad de la persona por la comodidad, la prisa o el miedo, y asumir que cuidar bien implica compartir riesgos, dialogar y buscar apoyos que no anulen la autonomía. 

Avanzar hacia entornos de cuidados más humanos requiere un cambio cultural profundo: pasar de “decidir por” a “decidir con”, de controlar a acompañar, de proteger desde la imposición a proteger desde el respeto. 

Para seguir pensando juntas y juntos

Si la dignidad se construye reconociendo a cada persona como sujeto de derechos y decisiones, ¿cómo podemos garantizar que su voz esté realmente presente cuando se toman decisiones que afectan a su libertad y a su forma de vivir el cuidado? 

Descarga aquí el folleto con toda la información

Autora

Investigadora de Matia Instituto

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